Uno va y vuelve, ahí a la punta del cerro como si nada,
lo mandan y uno va, cabizbajo
pero va.
Qué se le dice a la Diosa, qué le reniega uno
que es un mortal atrapado, un salmón
volviendo al origen mismo del deseo, ansioso
de mirarla, de tocarla, degustarla
hasta lo más austral de su ser, qué
le dice uno a ella, a su esbeltez, a su paupérrima palabra,
a su terco afán de dominatriz latigueante, qué.
El poseso es uno, ambicioso
del brevísimo segundo ese de sus ojos noctópatas,
para ser y más ser, para revenir
puberazo en el portento rugiente del orgasmo, acicalarse
del abismo unos segundos.
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