Vacíame la noche en la cabeza
para por fin despertar de manos, tantearte
a diestra y siniestra
como quien esculpe algo incierto.
Una vez acabada la faena súbete a mi espalda
por favor, sólo unos meses,
te llevaré a la plaza de las palomas y ahí abriré los ojos,
te diré algunas palabras y lo incierto
quedará en las nubes.
Leeré en las migajas:
inevitablemente lloverá mañana.
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