domingo, 10 de junio de 2007

Poemas Favoritos: Gonzalo Rojas




Gonzalo Rojas
Chile, 1917

Al silencio

Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.


Contra la muerte

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y a siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, por no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.



¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en particular fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.



De Contra la muerte, 1964.

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Numinoso
1
Al mundo lo nombramos en un ejercicio de diamante,
uva a uva de su racimo, lo besamos
soplando el número del origen,
no hay azar
sino navegación y número, carácter
y número, red en el abismo de las cosas
y número.

2
Vamos sonámbulos
en el oficio ciego, cautelosos y silenciosos, no brilla
el orgullo en estas cuerdas, no cantamos, no
somos augures de nada, no abrimos
las vísceras de las aves para decir la suerte de nadie, necio
sería que lloráramos.

3
Míseros los errantes, eso son nuestras sílabas: tiempo, no
encanto, no repetición
por la repetición, que gira y gira
sobre
sus espejos; no
la elegancia de la niebla, no el suicidio:
tiempo,
paciencia de estrella, tiempo y más tiempo.
Nosomos de aquí pero lo somos:
Aire y Tiempo
dicen santo, santo, santo.


Vocales para Hilda

La que duerme ahí, la sagrada,
la que me besa y me adivina,
la translúcida, la vibrante, la loca
de amor,
la cítara
alta:

tú,

nadie
sino flexiblemente
tú,
la alta,
en el aire alto
del aceite
original
de la Especie:

tú,

la que hila
en la velocidad
ciegadel sol:

tú,

la elegancia
de tu presencia
natural
tan próxima,
mi vertiente
de diamante, mi
arpa,
tan portentosamente mía:

tú,

paraíso
o
nadie
cuerda
para oír
el viento
sobre el abismo
sideral:

tú,

página
de piel más allá
del aire:

tú,

manos
que amé,
pies
desnudos
del ritmo
de marfil
donde puse
mis besos:

tú,

volcán
y pétalos,
llama;
lenguad
e amor
viva:

tú,

figura
espléndida, orquídeac
uyo carácter aéreo
me permite
volar:

tú,

muchacha
mortal, fragancia
de otra música
de nieve
sigilosamente
andina:

tú,

hija del mar
abierto,
áureo,
tú que danzas
inmóvil
parada
ahí
en
la transparencia
desde
lo hondo
del principio:

tú,

cordillera, tú,
crisálida
sonámbula
en el fulgor
impalpable
de tu corola:

tú,

nadie: tú:

Tú,
Poesía,
tú,
Espíritu,
nadie:

tú,

que soplas
al viento
estas vocales
oscuras,
estos
acordes
pausados
en el enigma
de lo terrestre:

tú:

De Oscuro, 1977.
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La piedra

Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.

Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia por
unimiento cerebral
al ritmo
de donde vino llameada
y apagada, habrá visto
lo no visto con
los otros ojos de la música, y
así, con mansedumbre, acostándose
en la fragilidad de lo informe, seca
la opaca, habráse anoche sin
ruido de albatros contra la cerrazón
ido.

Vacilado no habrá por esta decisión
de la imperfección de su figura que por oscura no vio nunca nadie
porque nadie las ve nunca a esas piedras que son de nadie
en la excrecencia de una opacidad
que más bien las enfría ahí al tacto como nubes
neutras, amorfas, sin lo airoso
del mármol ni lo lujoso
de la turquesa, ¡tan ambiguas
si se quiere pero por eso mismo tan próximas!
No, vacilado no; habrá salido
por demás intacta con su traza ferruginosa
y celestial, le habrá a lo sumo dicho al árbol: -Adiós
árbol que me diste sombra; al río: -Adiós
río que hablaste por mí-, lluvia, adiós,
que me mojaste. Adiós,
mariposa blanca.
Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.


De Del relámpago, 1981
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El alumbrado

Acostumbra el hombre hablar con su cuerpo, ojear
su ojo, orejear diamantino
su oreja, naricear
cartílago adentro el plazo de su
aire, y así ojeando orejeando la
no persona que anda en el crecimiento
de sus días últimos, acostumbra
callar.

A la cerrazón sigue el diálogo con las abejas
para espantar la vejez; las convoca,
las inventa si no están, les dice palabras que no figuran,
las desafía a ser ocio;
ocio para ser, insiste convincente. Las otras
lo miran.

Después viene el párrafo de airear el sepulcro y
recurre a la experiencia limítrofe del cajón. Se mete en el cajón,
cierra bien la tapa de vidrio.
Sueña que tiene 23 y va entrando en la rueda de las encarnaciones.
¿Por qué 23? La aguja de imantar no dice el número.
Sueña que es cuarzo, de un lila casi transparente.

Lo cierto es que llueve. Pensamiento o
liturgia, lo cierto es que llueve. Gaviotas
milenarias de agua amniótica
es lo que llueve. Sale entonces la oreja
de adentro de su oreja, la nariz
de su nariz, el ojo
de su ojo: sale el hombre de su hombre.
Se oye uno en él hablar.

De El alumbrado, 1986
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Río turbio

1. La Cerrazón

Amé a una muchacha de vidrio
transparente y bestial este verano, adoré su nariz,
su largo pelo negro hizo estragos
en mi concupiscencia, era, ¿cómo decirlo? Olfato
y piel, toda ella era olfato y piel, la envolvía
una especie de aura histérica en cuanto
era por lo menos dos, la que sollozaba
y la que hablaba sola con los ángeles, el juego
a todas luces era perturbador, llegaba
de la calle con esa hermosura indiscutible de las de 30
que casi lo han vivido todo, del parto
al frenesí, se echaba desnuda
ahí en esa cama las ventanas abiertas
al mar, lo que más le gustaba era el mar.

El caso concreto era la impiedad de su corazón, decía
que el Mundo le importaba una flauta,
y de veras le importaba escasamente una flauta, el epicentro
de su rotación y su traslación era el fornicio, un fornicio
más bien mental. Me decía por ejemplo: -Ahora
voy a volar, y volaba del catre al techo
unos diez metros o algo así como quien nada en el aire
de espaldas, estilo mariposa.

Para decirlo de una vez me consta que volaba
pero sin salir de ella, es decir, saliendo y no saliendo,
todo se hizo difícil, amaba a otro
y yo andaba en la edad de los patriarcas
intacta sin embargo la erección
aunque lisa y llanamente amaba a otro,
por lo menos decía que amaba a otro en el sur. D'accord,
el perdedor es el abismo.

Cada uno ama a su venenosa como puede, yo amé a mi venenosa,
imposible sacarla de mi seso
hasta no sé cuando, viéndola de lejos
hoy viernes pienso en sus pies
hasta dónde llegarán, la línea de su vida es corta
y eso está escrito en el I Ching. Por último
no es que la cerrazón haya entrado en mí, yo entré en la cerrazón.
De los acorralados es el Reino.

2. Martes Trece

A ver qué me gusta de ti? La risa riente
de tu boca y -una vez desnuda- los sobacos
fuera claro de la nariz cuyos cartílagos
datan del Renacimiento, ah y el pelo,
ese negro tuyo pelo que es mi adoración,
que te tapa de norte a sur la espalda
y el fulgor de la morenía, mi
perversión y mi adoración.

Ahí van las cosas entre los dos: imposibles. Hoy
cumples 36, se te ve flaca
pero yo no más conozco por dentro la embarcación, yo y otros.
Pero no hablemos de los náufragos.

Nada entonces de sobrevida. No hay sobrevida,
para qué sirve la sobrevida. Lo terminal
es lo único que está en juego:
la mariposa es terminal, Picasso
es terminal,
Picasso que inventó la mariposa
cuando entró en Jacqueline encima
de los setenta, eso es terminal
y cosa de meses
desde el portento amniótico. ¡Picasso
y su baile! Si es que le dura,
si es que le dura más que la pintura.

Dices que te vas. Bueno, te vas,
hoy mismo en ese avión al sur te vas
tan ligera como viniste. Olvida
este verano. Total fuiste parte
de mi resurrección. Por último
no quedé tieso ahí en ese matadero
del quirófano. Todo
fue tan flexible. Usted
fue feliz. Yo fui feliz. El adiós sangriento fue feliz.

3. Fascinación

No con semen de eyacular sino con semen de escribir
le digo a la paloma: -ábrete, paloma, y
se abre; -recíbeme,
y me recibe, erecto
y pertinaz; ahí mismo volamos
inacabables hasta más allá del Génesis
setenta veces siete, y así
vaciado el sentido: -"Vuestra soy
gime con gemido en su éxtasis, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?". Ciego
de su olor, beso entonces un aroma
que no olí en mujer: -"Guárdame
-irrumpo arterial- esta leche de dragón
hasta la Resurrección en la tersura
de tu figura de piel, clítoris
y más clítoris en el frenesí
de la Especie. No haya mortaja
entre nosotros".

A lo que la posesa: -"Ay, cuerpo,
quien fuera eternamente cuerpo, tacto
de ti, liturgia
y lascivia de ti y el beso
corriera como huracán y yo fuera el beso
de mujer para aullarte
loba de mí, Río
Turbio abajo hasta la Antártica, loca
como soy, zumbido del Principio".

De histeria y polvo, amor,
fuimos hechos, uno lee
ocioso en maya, en sánscrito las estrellas: ¡uno!
¿de qué escribe uno? –"Dínoslo
de una vez Teresa de Ávila, Virginia
Woolf, Emily mía
Brontë de un páramo
a otro, Frida mutilada
que andas volando por ahí, ¿de qué
escribe uno?"

De Río Turbio, 1996.

lunes, 4 de junio de 2007

Poemas Favoritos: Nicanor Parra




Nicanor Parra
Chile,



Es olvido

Juro que no recuerdo ni su nombre,
mas moriré llamándola María,
no por simple capricho de poeta:
por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,
ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
supe de la su muerte inmerecida,
nueva que me causó tal desengaño
que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!
y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
por la gente que trajo la noticia
debo creer, sin vacilar un punto,
que murió con mi nombre en las pupilas,
hecho que me sorprende, porque nunca
fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
relaciones de estricta cortesía,
nada más que palabras y palabras
y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
sólo queda un puñado de cenizas),
pero jamás vi en ella otro destino
que el de una joven triste y pensativa.
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla
con el celeste nombre de María,
circunstancia que prueba claramente
la exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡quién es el que no besa a sus amigas!
pero tened presente que lo hice
sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
su inmaterial y vaga compañía
que era como el espíritu sereno
que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
la importancia que tuvo su sonrisa
ni desvirtuar el favorable influjo
que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aun, que de la noche
fueron sus ojos fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
que comprendan que yo no la quería
sino con ese vago sentimiento
con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo sucede, sin embargo,
lo que a esta fecha aún me maravilla,
ese inaudito y singular ejemplo
de morir con mi nombre en las pupilas,
ella, múltiple rosa inmaculada,
ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
que se pasa quejando noche y día
de que el mundo traidor en que vivimos
vale menos que rueda detenida:
mucho más honorable es una tumba,
vale más una hoja enmohecida,
nada es verdad, aquí nada perdura,
ni el color del cristal con que se mira.
Hoy es un día azul de primavera,
creo que moriré de poesía,
de esa famosa joven melancólica
no recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
como una paloma fugitiva:
la olvidé sin quererlo, lentamente,
como todas las cosas de la vida.



Soliloquio del Individuo

Yo soy el Individuo.
Primero viví en una roca
(allí grabé algunas figuras).
Luego busqué un lugar más apropiado.
Yo soy el Individuo.
Primero tuve que procurarme alimentos,
buscar peces, pájaros, buscar leña,
(ya me preocuparía de los demás asuntos).
Hacer una fogata,
leña, leña, dónde encontrar un poco de leña,
algo de leña para hacer una fogata,
Yo soy el Individuo.
Al mismo tiempo me pregunté,
fui a un abismo lleno de aire;
me respondió una voz:
Yo soy el Individuo.
Después traté de cambiarme a otra roca,
allí también grabé figuras,
grabé un río, búfalos,
grabé una serpiente
yo soy el Individuo.
Pero no. Me aburrí de las cosas que hacía,
el fuego me molestaba,
quería ver más,
Yo soy el Individuo.
Bajé a un valle regado por un río,
allí encontré lo que necesitaba,
encontré un pueblo salvaje,
una tribu,
Yo soy el Individuo.
Vi que allí se hacían algunas cosas,
figuras grababan en las rocas,
hacían fuego, ¡también hacían fuego!
Yo soy el Individuo.
Me preguntaron que de dónde venía.
Contesté que sí, que no tenía planes determinados,
contesté que no, que de allí en adelante.
Bien.
Tomé entonces un trozo de piedra que encontré en un río
y empecé a trabajar con ella,
empecé a pulirla,
de ella hice una parte de mi propia vida.
Pero esto es demasiado largo.
Corté unos árboles para navegar,
buscaba peces,
buscaba diferentes cosas,
(Yo soy el Individuo).
Hasta que me empecé a aburrir nuevamente.
Las tempestades aburren,
los truenos, los relámpagos,
Yo soy el Individuo.
Bien. Me puse a pensar un poco,
preguntas estúpidas se me venían a la cabeza.
Falsos problemas.
Entonces empecé a vagar por unos bosques.
Llegué a un árbol y a otro árbol;
llegué a una fuente,
a una fosa en que se veían algunas ratas:
aquí vengo yo, dije entonces,
¿habéis visto por aquí una tribu,
un pueblo salvaje que hace fuego?
De este modo me desplacé hacia el oeste s
acompañado por otros seres,
o más bien solo.
Para ver hay que creer, me decían,
Yo soy el Individuo.
Formas veía en la obscuridad,
nubes tal vez,
tal vez veía nubes, veía relámpagos,
a todo esto habían pasado ya varios días,
yo me sentía morir;
inventé unas máquinas,
construí relojes,
armas, vehículos,
Yo soy el Individuo.
Apenas tenía tiempo para enterrar a mis muertos,
apenas tenía tiempo para sembrar,
Yo soy el Individuo.
Años más tarde concebí unas cosas,
unas formas,
crucé las fronteras
y permanecí fijo en una especie de nicho,
en una barca que navegó cuarenta días,
cuarenta noches,
Yo soy el Individuo.
Luego vinieron unas sequías,
vinieron unas guerras,
tipos de color entraron al valle,
pero yo debía seguir adelante,
debía producir.
Produje ciencia, verdades inmutables,
produje tanagras,
di a luz libros de miles de páginas,
se me hinchó la cara,
construí un fonógrafo,
la máquina de coser,
empezaron a aparecer los primeros automóviles,
Yo soy el Individuo.
Alguien segregaba planetas,
¡árboles segregaba!
Pero yo segregaba herramientas,
muebles, útiles de escritorio,
Yo soy el Individuo.
Se construyeron también ciudades,
rutas.
Instituciones religiosas pasaron de moda,
buscaban dicha, buscaban felicidad,
Yo soy el Individuo.
Después me dediqué mejor a viajar,
a practicar, a practicar idiomas,
idiomas,
Yo soy el Individuo.
Miré por una cerradura,
sí, miré, qué digo, miré,
para salir de la duda miré,
detrás de unas cortinas,
Yo soy el Individuo.
Bien.
Mejor es tal vez que vuelva a ese valle,
a esa roca que me sirvió de hogar,
y empiece a grabar de nuevo,
de atrás para adelante grabar
el mundo al revés.
Pero no: la vida no tiene sentido.

De Poemas y Antipoemas.

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Cambios de Nombre

A los amantes de las bellas letras
hago llegar mis mejores deseos,
voy a cambiar de nombre a algunas cosas.
Mi posición es ésta:
el poeta no cumple su palabra
si no cambia los nombres de las cosas.
¿Con qué razón el sol
ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se le llame Micifuz
el de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
que los zapatos han cambiado de nombre:
desde ahora se llaman ataúdes.
Bueno, la noche es larga,
todo poeta que se estime a sí mismo
debe tener su propio diccionario
y antes que se me olvide
al propio dios hay que cambiarle nombre,
que cada cual lo llame como quiera:
ese es un problema personal.



La Poesía terminó conmigo

Yo no digo que ponga fin a nada,
no me hago ilusiones al respecto.
Yo quería seguir poetizando
pero se terminó la inspiración.
La poesía se ha portado bien
yo me he portado horriblemente mal.

Qué gano con decir
yo me he portado bien
la poesía se ha portado mal
cuando saben que yo soy el culpable.
¡Está bien que me pase por imbécil!

La poesía se ha portado bien
yo me he portado horriblemente mal
La poesía terminó conmigo.


De Versos de Salón

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Manifiesto

Señoras y señores
ésta es nuestra última palabra:
-nuestra primera y última palabra-
los poetas bajaron del Olimpo.

Para nuestros mayores
la poesía fue un objeto de lujo
pero para nosotros
es un artículo de primera necesidad:
no podemos vivir sin poesía.

A diferencia de nuestros mayores
-y esto lo digo con todo respeto-
nosotros sostenemos
que el poeta no es un alquimista
el poeta es un hombre como todos
un albañil que construye su muro:
un constructor de puertas y ventanas.

Nosotros conversamos
en el lenguaje de todos los días
no creemos en signos cabalísticos.

Además una cosa:
el poeta está ahí
para que el árbol no crezca torcido.

Este es nuestro mensaje.
Nosotros denunciamos al poeta demiurgo
al poeta Barata
al poeta Ratón de Biblioteca.
Todos estos señores
-y esto lo digo con mucho respeto-
deben ser procesados y juzgados
por construir castillos en el aire
por malgastar el espacio y el tiempo
redactando sonetos a la luna
por agrupar palabras al azar
a la última moda de París.
Para nosotros no:
el pensamiento no nace en la boca
nace en el corazón del corazón.

Nosotros repudiamos
la poesía de gafas obscuras
la poesía de capa y espada
la poesía de sombrero alón.
Propiciamos en cambio
la poesía a ojo desnudo
la poesía a pecho descubierto
la poesía a cabeza desnuda.

No creemos en ninfas ni tritones.
La poesía tiene que ser esto:
una muchacha rodeada de espigas
o no ser absolutamente nada.

Ahora bien, en el plano político
ellos, nuestros abuelos inmediatos,
¡nuestros buenos abuelos inmediatos!
se retractaron y se dispersaron
al pasar por el prisma de cristal.
Unos pocos se hicieron comunistas.
Yo no sé si lo fueron realmente.
Supongamos que fueron comunistas,
lo que sé es una cosa:
que no fueron poetas populares,
fueron unos reverendos poetas burgueses.

Hay que decir las cosas como son:
sólo uno que otro
supo llegar al corazón del pueblo.
Cada vez que pudieron
se declararon de palabra y de hecho
contra la poesía dirigida
contra la poesía del presente
contra la poesía proletaria.

Aceptemos que fueron comunistas
pero la poesía fue un desastre
surrealismo de segunda mano
decadentismo de tercera mano,
tablas viejas devueltas por el mar.
Poesía adjetiva,
poesía nasal y gutural,
poesía arbitraria,
poesía copiada de los libros,
poesía basada
en la revolución de la palabra,
en circunstancias de que debe fundarse
en la revolución de las ideas.
Poesía de círculo vicioso
para media docena de elegidos:
"libertad absoluta de expresión".
Hoy nos hacemos cruces preguntando
para qué escribirían esas cosas
¿para asustar al pequeño burgués?
¡Tiempo perdido miserablemente!
El pequeño burgués no reacciona
sino cuando se trata del estómago.

¡Qué lo van a asustar con poesías!

La situación es ésta:
mientras ellos estaban
por una poesía del crepúsculo
por una poesía de la noche
nosotros propugnamos
la poesía del amanecer.
Este es nuestro mensaje,
los resplandores de la poesía
deben llegar a todos por igual
la poesía alcanza para todos.

Nada más, compañeros
nosotros condenamos
-y esto sí que lo digo con respeto-
la poesía de pequeño dios
la poesía de vaca sagrada
la poesía de toro furioso.

Contra la poesía de las nubes
nosotros oponemos
la poesía de la tierra firme
-cabeza fría, corazón caliente
somos tierrafirmistas decididos-
contra la poesía de café
la poesía de la naturaleza
contra la poesía de salón
la poesía de la plaza pública
la poesía de protesta social.

Los poetas bajaron del Olimpo.



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Me retracto de todo lo dicho

Antes de despedirme
Tengo derecho a un último deseo:
Generoso lector
...................... quema este libro
no representa lo que quise decir
a pesar de que fue escrito con sangre
no representa lo que quise decir.

Mi situación no puede ser más triste
fui derrotado por mi propia sombra:
las palabras se vengaron de mí.

Perdóname lector
amistoso lector
que no me pueda despedir de ti
con un abrazo fiel:
me despido de ti
con una triste sonrisa forzada.

Puede que yo no sea más que eso
pero oye mi última palabra:
me retracto de todo lo dicho.
Con la mayor amargura del mundo
me retracto de todo lo que he dicho.

De Obra gruesa




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sábado, 2 de junio de 2007

Poemas Favoritos: Jorge Teillier





Jorge Teillier
Chile, 1935




El lenguaje del cielo

El cielo habla un lenguaje gris,
y callan la grave voz del vino,
la leve voz del té.
Los espejos se fatigan
de repetir el nombre de las cosas.
No dicen nada. No dicen: "un visitante",
"las moscas", "el libro sobre la mesa".
No dicen nada los espejos.

Canción cantada para que nadie la oiga
es la esperanza de que esto cambie.
Niños que se acercan al ataúd del amigo muerto,
paso de ratas frente a la estufa en silencio,
el halo de humo pobre que hace rey al tejado,
o todo lo que desaparece de pronto
como el plateado salto del salmón sobre el río.

Una ráfaga apaga los ciruelos,
dispersa las cenizas de sus follajes,
arruga la vacía faz de las glicinas.
Todo lo que está aquí
parece estar verdaderamente en otro lugar.
Los jóvenes no pueden volver a casa
porque ningún padre los espera
y el amor no tiene lecho donde yacer.
El reloj murmura que es preciso dormir,
olvidar la luz de este día
que no era sino la noche sonámbula,
las manos de los pobres
a quienes no dimos nada.
"Hay que dormir", murmura el reloj.
Y el sueño es la paletada de tierra que lo acalla.


De Para Angeles y Gorriones, 1956.


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Domingo a domingo

Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese último chispazo de la hoguera del verano
flotando en el silencio del bosque.
Miremos la luz de la luciérnaga.
A ella se ha reducido el mundo.

Domingo a domingo se sucedieron
rostros besados
junto a ramos de nomeolvides,
sueños secretos que se espían
entre un confuso murmullo de grillos y relojes.

Ahora no sabemos qué hacer.
La mañana es tan vieja,
y su rocío se evapora en las manos.
No sabemos qué hacer entre los muros desolados.
Damos inútiles pasos a lo largo de la casa.

Sólo nos queda mirar la luz de la luciérnaga,
ese débil chispazo de la hoguera del verano
más breve que la memoria de una ola.
Miremos la luz de la luciérnaga.
A ella se ha reducido el mundo.

De El cielo cae con las hojas, 1958.

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Lluvia Inmóvil

No importa que me hayas cortado siete espigas
yo he roto todos los espejos
he cerrado todas las ventanas
y estoy condenado a permanecer
inmóvil en este pueblo
donde entre la lluvia y la vida hay que elegir la lluvia
donde el Hotel lo he bautizado Hotel Lluvia
donde los plateados élitros de la Televisión
relucen sobre tejados marchitos.

Tú me dices que todo se recupera
y que mi rostro aparecerá
en un río que he olvidado
y hay un camino para llegar a una casa nueva
creciendo en cualquier lugar del mundo
donde nos espera un niño huérfano
que no sabía éramos sus padres.

Pero a mí me han dicho que elija la lluvia
y mi nuevo nombre le pertenece
un nuevo nombre que no puede borrar ninguna mano
sino la de alguien que me conoce más que a mí mismo
y reemplaza mi rostro por un rostro enemigo.

De Para un pueblo fantasma, 1978

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Todo está en blanco

Todo está en blanco.
El alba reina en el reloj de pared.
Sus agujas se han detenido.
La sangre de mis venas es un lago en deshielo
una muchacha se ahogaría al cruzarlo.

Mi doble viste de negro
y sonríe.
Cuando él ocupa mi lugar
bajará la escalera de caracol
y se pondrá esos guantes
que el Príncipe de la Mentira entrega a sus discípulos
para que puedan estrangularse
sin la ayuda de los extranjeros que los traicionaron,
frente al espejo que les sonríe por última vez
diciéndoles que creyeron ser bellos tenebrosos
mientras se oye el aplauso de sus admiradores
los blancos pájaros que vaciaron mis ojos
y detuvieron el fluir de mi sangre
y luego parten en busca de mis únicos amigos
aquellos que no conocen todavía el blanco
para decirle que cumplieron una misión más
a su madrela Gran Esfinge Blanca.

De Cartas para reinas de otras primaveras, 1985.

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Estación Sumergida

Yo no estoy soñando, lo recuerdo, olvidé cómo se soñaba;
quizás esto sea un mar, bien puede ser la tierra,
encima el cielo deshaciendo su cabellera.
Esto no es un mar sin olas, es una lámina descolorida,
un día muerto por dagas invernales, un día fusilado por lluvias.
De pronto lo rompen manotazos de campanas, tictaqueos de sombras,
y se cierra como una cuchillada de trenes oxidados
devorando las cerezas maduras del sol.

Propicio tiempo para levantar cruces de barro
en el pecho de mapuches asesinados, para los caballos crepusculares
que se extravían en las acequias.
Ya lo sé, debo escaparme de los ahogados que flotan en los pozos,
voy a beber grandes tragos de poemas silvestres
veo desde el umbral al atardecer mordiendo plazas,
aferrándose gelatinosamente a los tejados rotos,
hasta caer junto a muchachas desfloradas en graneros solitarios
a las antiguas bodegas de la noche.

Pálidamente las horas se reúnen a jugar a las cartas
en torno a la mesa de los días,
desconozco el tren que me dejó entre ellas,
viéndolas alimentarse de cantos estrangulados,
persiguiendo a mis amigos, arrastrándolos en el río del tedio.
Yo no sueño, todo cuanto veo es cierto, ellos pasan
del brazo de mujeres desdentadas, riendo largamente.
Una ola invade mi habitación, recuerdo a mi vecina
cantando hasta que el cielo le llenaba las manos de azul,
yo no besé esas manos, yo tenía al viento cordillerano
arañándome, y la muerte oculta tras viejas y profundas fotografías.
Aferrado a un puente de madera,
inclinado sobre las venas turbias de la noche
pasan botellas vacías, libros oxidados de relecturas,
el barrio de las prostitutas pobres
donde cierro los labios por no decir mi nombre
.No es nada esto, sólo que a veces siento temor de saber quién soy
verdaderamente.

Me gustaría despertar con los labios húmedos
como después de los largos besos de las sabias primas,
como si estuviese tomando café servido por mis hermanas.
Pero si abro los ojos también estaré sumergido,
pues la lluvia hace girar su pausado gramófono,
mientras hay un nevar de alas deshechas por los días,
velorios humedecidos de vino, y esta mano helada en mi garganta,
helada como parroquias y confesionarios que no se desprende,
si la pudiese deshacer un brillar de días felices.

Ahora lo sé, he estado siempre despierto,
mirando silenciosamente la estación sumergida
donde los huesos de las nubes hilachean los árboles.

Alguien me debe esperar -quizás algunos muertos-
pues voy hacia las chimeneas rústicas, los aserraderos vacíos,
las grandes, prestigiosas casas de madera sureña venidas abajo
como flores destrozadas por los duros dientes del olvido,
y busco el sol en los huertos cuyos párpados lo esconden.

Todo me espera en la estación sumergida, nuevamente,
en la empapada de malezas, la crecida de sueños angustiados y torvos,
mientras el tiempo detenido cierra sus pesados portones
y confusamente respira en el mar del invierno.

De En el mudo corazón del bosque, 1997.